Hay obras arquitectónicas que trascienden su función básica de habitabilidad para convertirse en testimonios vivos del genio creativo. La Casa Gilardi, ubicada en el corazón de Ciudad de México, es precisamente eso: un manifiesto construido que resume décadas de exploración espacial y cromática de Luis Barragán, el único arquitecto mexicano ganador del Premio Pritzker.
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El Encuentro que Cambió Todo
A mediados de los años setenta, Luis Barragán llevaba casi
una década alejado de los proyectos arquitectónicos. A sus 73 años, parecía
haber cerrado definitivamente ese capítulo de su vida. Sin embargo, Francisco
"Pancho" Gilardi y Martín Luque, dos empresarios dedicados a las
relaciones públicas, tenían otros planes. Necesitaban una casa y querían que
fuera Barragán quien la diseñara.
El arquitecto, inicialmente reticente, aceptó visitar el
terreno más por cortesía que por verdadero interés. Lo que encontró fue un lote
estrecho de apenas 10 por 36 metros, atrapado entre medianeras, con todas las
limitaciones que uno podría imaginar. Pero también había algo más: un
majestuoso árbol de jacarandá que dominaba el espacio con su presencia
imponente.
Fue ese árbol el que selló el destino del proyecto. Barragán
vio en él no un obstáculo, sino el eje central alrededor del cual articularía
su última obra maestra. Entre 1975 y 1977, mientras cumplía 75 años, el
arquitecto tapatío volcó toda su experiencia en esos 360 metros cuadrados,
creando lo que muchos consideran la síntesis perfecta de su filosofía
arquitectónica.
La Arquitectura Emocional en Su Máxima Expresión
La Casa Gilardi representa la culminación de lo que Barragán
denominaba "arquitectura emocional". No se trata simplemente de crear
espacios funcionales, sino de diseñar experiencias sensoriales que dialoguen
con las emociones humanas. En esta casa, cada elemento está pensado para
provocar una reacción, para generar un estado de ánimo específico.
El acceso desde la calle es discreto, casi hermético. La
fachada rosada se cierra al exterior, creando un sentido de misterio y
anticipación. Una vez dentro, el visitante se encuentra con un corredor bañado
por una luz amarilla que se filtra a través de estrechas aberturas verticales.
Es un espacio de transición que prepara el ánimo para lo que está por venir.
La casa se organiza longitudinalmente, aprovechando la forma
alargada del terreno. El volumen frontal alberga las zonas de servicio y los
dormitorios, mientras que el posterior contiene las áreas sociales: la sala, el
comedor y la piscina interior. Entre ambos volúmenes, un patio abraza el árbol de jacarandá,
convirtiéndolo en el protagonista indiscutible del proyecto.
El Color Como Elemento Arquitectónico
Si hay algo que distingue a la Casa Gilardi es su uso audaz
del color. Los muros rojos y azules no son meros elementos decorativos; son
componentes estructurales del diseño que modifican la percepción del espacio y
la luz. Barragán trabajó estos colores junto con el pintor Jesús
"Chucho" Reyes, un colaborador frecuente que tenía un talento
especial para capturar la esencia cromática de México.
El proceso de selección de colores fue meticuloso. Barragán
y Reyes pasaron días probando diferentes combinaciones, pintando grandes
cartulinas que movían por los espacios de la casa del arquitecto, observando
cómo la luz y la sombra interactuaba con cada tono. Buscaban capturar la alegría de los
mercados mexicanos, la vivacidad de los dulces tradicionales, esa explosión de
color que caracteriza la cultura popular del país.
El resultado es particularmente notable en el área de la
piscina interior, donde un muro rojo se hunde dramáticamente en el agua
mientras la luz natural, filtrada a través de un tragaluz, crea cambios
constantes a lo largo del día. Hay incluso una columna rosa dentro de la
piscina que, como confesó el propio Barragán, no tiene función estructural
alguna. Está ahí "por placer", para mejorar las proporciones del
espacio y aportar un toque de luz natural adicional.
Detalles que Marcan la Diferencia
La maestría de Barragán se revela en los pequeños detalles.
La escalera sin barandal que parece flotar bajo una luz cenital es un ejemplo
perfecto de cómo el arquitecto desafiaba las convenciones para crear efectos
visuales sorprendentes. Los muros interiores, estucados con terminaciones
extremadamente lisas, permiten que la luz se deslice sin interrupciones,
creando atmósferas cambiantes según la hora del día.
El sistema constructivo, basado en muros portantes debido a
las limitaciones del terreno entre medianeras, se convierte en una virtud. La
estructura define una cuadrícula que organiza los espacios de manera lógica
pero flexible, permitiendo esas transiciones fluidas tan características del
estilo de Barragán.
El comedor merece una mención especial. Ubicado junto a un
espejo de agua, crea la ilusión de estar flotando. El contraste entre el agua
quieta y el muro rojo crea una tensión visual que mantiene el espacio vivo y
dinámico. Es un lugar donde la arquitectura se vuelve casi teatral, donde cada
comida se convierte en un evento sensorial completo.
Un Legado Vivo
Tras la muerte de Francisco Gilardi, Martín Luque asumió el
control total de la propiedad y decidió mantenerla como un testimonio vivo del
genio de Barragán. La casa, rebautizada en honor a su compañero fallecido,
permanece en manos de la familia Luque pero está abierta al público mediante
visitas programadas.
Este gesto de apertura es fundamental para entender el
impacto continuo de la obra. Cada año, miles de arquitectos, estudiantes y
amantes del arte visitan la Casa Gilardi para experimentar en primera persona
lo que las fotografías no pueden capturar completamente: la manera en que la
luz se mueve por los espacios, cómo los colores cambian según el ángulo de
visión, la sensación de paz que genera el patio con la jacaranda.
La casa también funciona como espacio cultural, albergando
exposiciones temporales y eventos especiales. Esta función adicional hubiera
complacido a Barragán, quien siempre concibió la arquitectura como un arte
total, en diálogo constante con otras disciplinas creativas.
La Jacaranda: Más que un Árbol
La historia de la jacaranda que inspiró a Barragán tiene su
propia fascinación. Estos árboles fueron introducidos en Ciudad de México por
Tatsugoro Matsumoto como parte de un esfuerzo diplomático para mejorar las
relaciones entre México y Japón. Originalmente se había pensado en plantar
cerezos japoneses, pero el clima de la capital mexicana no era adecuado. Los árboles de jacarandas, originarios de Sudamérica, resultaron ser la alternativa perfecta.
Cuando florecen, entre febrero y abril, tiñen la ciudad de
un azul-púrpura característico que Barragán supo incorporar magistralmente en
su paleta de colores. El árbol de la Casa Gilardi no es solo un elemento
paisajístico; es el ancla emocional del proyecto, un recordatorio de que la
arquitectura debe dialogar con la naturaleza, no dominarla.
Visitando un Ícono
Para quienes deseen experimentar la Casa Gilardi, las
visitas deben programarse con anticipación. La casa abre de lunes a viernes de
10 a 13 horas y de 15 a 16 horas, y los sábados de 10 a 13 horas. Las
estaciones de Metro más cercanas son Juanacatlán (Línea 1) y Constituyentes
(Línea 7).
A pocas cuadras se encuentra la Casa Estudio Luis Barragán,
declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, lo que permite a los
visitantes hacer un recorrido completo por el universo creativo del arquitecto.
Ambas casas, aunque diferentes en escala y programa, comparten esa búsqueda
incansable por crear espacios que toquen el alma humana.
La Casa Gilardi permanece como testimonio de que la
verdadera arquitectura trasciende las modas y las tendencias. En un mundo cada
vez más homogéneo, esta pequeña casa rosa en Ciudad de México nos recuerda el
valor de lo local, de lo emocional, de lo profundamente humano en el diseño de
nuestros espacios habitables. Es, sin duda, un icono que continúa inspirando a
nuevas generaciones de arquitectos a buscar su propia voz, a no conformarse con
lo funcional cuando es posible alcanzar lo sublime.